
viernes, 19 de abril de 2013
PRESENTACIÓN
LA RELIGIÓN POPULAR DESDE TRES ÁNGULOS
FILOSÓFICOS
PRESENTACIÓN
Las manifestaciones religiosas populares en
México –y en general en Latinoamérica- son expresiones sociales que ponen de
manifiesto una dicotomía implícita en el apelativo de “lo popular”. Ese
apellido implícito en la expresión “religión popular”, necesariamente pone en
evidencia la relación indisociable con una contraparte que haga necesario el
apelativo calificativo y definitorio de “popular”, y esa contraparte es lo que
podríamos denominar “religión oficial”, institucionalizada, jerárquica,
piramidalmente constituida y bien definida por un corpus claro de normas,
dogmas y cánones, para el caso de México, dada su configuración histórica, se
trata principalmente de la Iglesia Católica. Esa religión ortodoxa,
oficialmente legítima, generalmente ve con recelo las expresiones religiosas
populares, muy frecuentemente las descalifica por considerarlas copias burdas
de la Verdad Revelada de la cual se considera la única custodia. Así pues, esas
expresiones religiosas populares, generalmente se ven signadas por el
menosprecio y la sospecha, pues se trata de vivencias sociales que prescinden
de la jerarquía eclesiástica, o bien, la incorporan, pero no desde lo que la
oficialidad espera, sino desde lo que la intimidad del pueblo, “el costumbre” y
la tradición local dictan –desde una liturgia gestada y gestionada por el
pueblo- quedando los clérigos en muchos
casos, reducidos a una mera especie de “asalariados” religiosos que son
invitados a ciertas actividades, no esperando contarse con su presencia en el
resto de la celebración popular.
Esta
característica de la religión popular en su tensa relación con las instancias
religiosas oficiales, institucionalizadas y hegemónicas, devela un conflicto
presente en todo el entramado social de estos grupos culturales que dan vida y
sustento a dichas manifestaciones religiosas al margen de la ortodoxia. La separación entre los intereses de la
religión oficial y los de la religión popular, es una distancia abismal que
acentúa de forma diferente –y de hecho en extremos muy divergentes- los
propósitos, esperanzas y expectativas humanas en relación a lo divino.
Desde
este punto de vista, refiero brevemente dos casos latinoamericanos que ilustran
lo recién expresado: Monseñor Romero, en El Salvador y La Difunta Correa en
Argentina. Ambos casos son ejemplos de canonizaciones populares que evidencian
–en el culto- las diferencias sociales (en cuanto a proyectos
sociales-nacionales) entre una hegemonía que detenta el poder, tiende a la
homologación, la uniformidad y el franco integracionismo a ese monoproyecto
social, y por otro lado, los grupos tradicionales que no se ven reflejados en
dichos proyectos, y luchan por conservar sus tradiciones de corte ancestral, su
identidad cultural autóctona y sus estructuras sociales locales.
Monseñor
Romero en El Salvador es un ejemplo evidente de esa canonización popular, una
canonización que por razones políticas y religiosas ortodoxas, difícilmente
llegará a oficializarse, al menos en un futuro cercano. Sin embargo, la forma
en que el pueblo salvadoreño se volcó en derredor de su arzobispo desde el
funeral después de su asesinato, marcó el derrotero de un culto popular que –en
esos difíciles momentos de aquella nación- denotaba la urgencia de adscripción
social, cobijo, pertenencia y unión entre grupos no favorecidos desde el poder
hegemónico nacional, y además fuertemente violentados para integrarse a ese
proyecto en detrimento propio. La santidad reconocida, desde el pueblo al
arzobispo Romero, radica no tanto en su virtud y ortodoxia, sino en su opción
por los pobres y los reprimidos de aquél momento, marcando una clara división
de un “ellos” (gobierno represor) y un “nosotros” (los marginados). El pueblo
ve a este hombre como santo, porque reconoce en él una autoridad que se quedó
del lado de los reprimidos, no “se rajó”, ni se vendió, ni los entregó, como en
el ámbito político tan frecuentemente ocurre. Esta realidad se ve aún hoy
reflejada en la catedral de El Salvador, donde el culto en el sótano en
derredor de la tumba de Monseñor Romero, contrasta con el culto oficial en la
planta superior de la liturgia católica ordinaria.
En
el caso de la Difunta Correa, esta mujer –de apellido Correa- se ve obligada a
desplazarse, huyendo de los conflictos políticos de la Argentina de principios
del s. XX, nuevamente en derredor de problemas generados por proyectos
modernizadores patrocinados desde el estado, que violentan a los grupos
tradicionales locales, que no se ven reflejados en dichos proyectos. Esta mujer
caminó, con un baúl debajo de un brazo, y con el otro, cargando a su hijo.
Caminó y caminó hasta caer muerta, por lo que se le representa como una mujer
muerta tirada boca arriba en el piso, con el crío prendido de su pecho. Casos parecidos
son los del Gauchito Gil, y otros ejemplos de canonización popular de la época.
En todo caso, no son personajes que hayan hecho algo específicamente
sobresaliente, heróico o destacado en un acto monumental, más bien, son gente
que “aguantó vara”, que siguió hasta donde pudo y fue truncada por proyectos
exógenos a su realidad social local. Eso el pueblo lo entiende perfectamente,
para ellos la virtud fue aguantar y no ceder, y si se cae, se cae permaneciendo
lo que se es en la propia identidad. Ante la carencia de virtud que acusaría un
proceso eclesiástico de canonización, el sector popular valora aquello en lo
que ve reflejada su lucha diaria por sobrevivir física y culturalmente. Estos
personajes que sucumbieron ante un proyecto social hegemónico expansivo y
violento, se convierten en los modelos de virtud con poderes suprahumanos en la
vivencia religiosa cotidiana de los grupos marginados.
En
este sentido, en la religión popular encontramos una radiografía de los procesos
sociales conflictivos entre grupos antagónicos, pues evidencia luchas de poder,
tironeo por la gestión del tiempo y el espacio sagrado, debates entre los
mismos símbolos pero interpretados diferentemente de uno y otro lado, etc.
Desde
este punto de vista, lo que está implícito en la complejidad de los fenómenos
religiosos populares, puede ser analizado con mucha profundidad desde distintos
ángulos disciplinares: antropología, psicología, historia, sociología, etc. En
este foro, nos interesa específicamente abordarlo desde la filosofía, con tres
enfoques particulares: filosofía del lenguaje, perspectiva histórica de la
filosofía medieval y desde la antropología filosófica. Cada uno de estos
enfoques queda representado por cada una de las tres ponencias presentadas en
este foro, que pretende –más que dar pautas establecidas- generar la abierta y
franca discusión filosófico-teológica en torno al tema de la religión popular,
valorada en sí misma, y reconocida en su plena particularidad y distancia
frente a la oficialidad.
No
me resta más que agradecer profundamente al Mtro. Jorge Luis Ortiz Rivera
-entrañable amigo, exalumno y colega- su valiosa participación en este evento,
además de enriquecerlo con la interacción de sus alumnos provenientes de otras
instituciones educativas en esta su Alma Mater y otrora casa de desempeño
profesional. Así mismo, agradezco al Lic. Jesús Valle, por su animosa
aceptación a participar desde recién expresada la idea primera, así como su
emprendedora insistencia en la realización de este evento, sin la cual, no
hubiera llegado a concretarse en estas fechas.
“Ducit et Docet”
Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes
Santa Úrsula Xitle, 16 de octubre de
2012
PONENCIA DEL MTRO. JORGE LUIS ORTIZ RIVERA
USO DE LAS IMÁGENES
SAGRADAS EN LA EDAD MEDIA.
Antecedente a la
formación de las órdenes mendicantes.
Mtro. Jorge Luis
Ortiz Rivera.
Quisiera
empezar esta participación que versa sobre temas de la cultura en la Edad
Media, precisamente como lo hacían en las grandes universidades de aquella
época, al aplicar el conocido método de la Disputatio,
tan ampliamente difundido por maestros como Santo Tomás de Aquino y el Beato
Juan DunsScoto: definiendo, previamente a tratar filosóficamente el tema, los
términos que en él entran en juego. En cualquier caso, esto es esencial para
evitar ambigüedades y que la discusión se torne un inútil enfrascamiento de
veleidosas y soberbias inteligencias. Mejor, dejar zanjado en un principio, lo
que se ha de entenderse en cada caso, por cada uno de los términos que se
utilizarán.
I. Nociones:
Orden
Mendicante:
Llamamos Órdenes Mendicantes a aquellas formas de
vida cenobítica, propias de la edad media, en las cuales sus miembros hacen
voto de pobreza extrema, por el que renuncian a la posesión y adquisición todo
tipo de propiedades o bienes, tanto en el fuero personal como en el
comunitario, manteniéndose sólo por la caridad del resto del pueblo cristiano.
De ahí su denominación de “mendicantes”. Este término deriva del latín mendicare, es decir, pedir limosna.
Contrario a lo
que se pudiera pensar, la aprobación de este tipo de vida religiosa no fue tan
fácilmente aceptada por la jerarquía de la Iglesia de aquella época. Junto a
las grandes cuatro Órdenes Mendicantes reconocidas surgieron una serie de
grupos que ponían en entredicho, más allá que con el testimonio, con francas
oposiciones y querellas directas, el estilo de vida mayestático del clero
secular, tan común en aquella época. Dejando de lado este interesante momento
de la historia de la Iglesia, por no ser su lugar acá para ser estudiado a
fondo, se pueden reconocer, como he dicho anteriormente, 4 Órdenes con este
atributo y que son de gran importancia para la historia de la conformación de
la cultura mestiza en nuestro continente en general y de nuestro país en
particular a saber:
1) Los
Hermanos de Santa María del Monte Carmelo, quienes reciben su regla de manos
del Patriarca de Jerusalén en 1204 y quienes, pese a ser los más antiguos,
llegaron a México como último grupo mendicante
en 1593. Quizá esto haya provocado, junto con el hecho de que fue la rama
reformada quien pisó tierra mexicana, que se les olvide en el recuento de las
Órdenes que trabajaron en la evangelización de México. Sin embargo, es
imposible dejar de reconocer la importancia que tienen para nuestros fines de
estudio. Piénsese, al menos, en el rico simbolismo del escapulario, tan
difundido en nuestro país.
2) Los
Hermanos Franciscanos, sobre todo aquellos pertenecientes a la Orden de los
Frailes Menores quienes recibieron, no sin mucho recelo, la autorización papal
en 1209 y que llegaron a México en 1523. Por todos nosotros es conocida la
importancia que este grupo tuvo en la evangelización de la Nueva España. Fue a
uno de ellos, Juan de Zumárraga, quien recibiera la imagen por excelencia: La
Virgen de Guadalupe.
3) Hermanados
por su cercanía histórica y por disposiciones eclesiales a los franciscanos, se
encuentran los frailes de la Orden de Predicadores, o Dominicos, que siendo
aprobados pontificiamente en 1244, llegaron a México en 1526. Su imagen propia
es el rosario, mandala cristiano, ampliamente difundido en nuestro pueblo.
4) Aunque san
Agustín había escrito una regla para facilitar la vida en común, no fue sino
hasta 1244 en que se aprobó su conformación como Orden Mendicante. Su llegada a
México fue en 1533. Más que una imagen que los reconozca, ellos poseen gran
parte de la sustentación teórica del concepto de imagen trabajado y reconocido en la Edad Media.
Imagen.
Es de todo
punto necesario reconocer que la Edad Media es un mundo plagado de imágenes. La
vida misma en aquella época es considerada como una imagen de un mundo futuro
al cual el pueblo entero aspira llegar. Encontramos que se denominan imágenes a
objetos figurados, como lo son los retablos, las esculturas, los vitrales, las
miniaturas que engalanan los manuscritos medievales, todos los cuales
transmiten una cosmovisión particular, pero también se les conoce como imágenes
a los tropos del lenguaje tal como son las metáforas, las alegorías y las
similitudines. A todo ello, habría
que añadir los productos de la imaginatio popular: las imágenes
mentales resultantes de la meditación y de la memoria, además de los sueños y
visiones, tan en boga por aquellos años. Finalmente, como culmen de este
pléroma de imágenes, se cuenta incluso la característica ontológica fundamental
del ser humano. El propio hombre es considerado, desde la tradición agustiniana
como imago.
Sin embargo,
se tomará como punto de partida para estas reflexiones el concepto de imagen
que desarrollara en su momento Santo Tomás de Aquino. Primero porque representa
el punto más desarrollado de la reflexión filosófica sobre el particular. Pero,
además, porque retoma lo propuesto por la tradición platónica-agustiniana sobre
este tema y lo integra con las aportaciones el recién descubierto, para el
mundo cristiano occidental, pensamiento aristotélico. Pues bien ¿qué es una
imagen para el pensamiento tomista?
Primero, es la
representación mental de un objeto. La mente ha logrado captar las
características físicas del mismo. En este sentido, es singular, pues
corresponde a un solo objeto. El proceso de formación de la misma es explicado
por el aquinate de la siguiente manera: un objeto es captado por los sentidos
externos; éstos lo decodifican según el objeto para el que fueron creados. La
vista capta la luz; el oído, el sonido; etcétera. De modo tal que lo que recibe
la mente en un primer momento no es, ni con mucho, algo parecido al objeto
real, sino sólo los inconexos de éste. El sexto sentido, que Tomás de Aquino
llama sentido común, tiene la labor de reconstruir y restructurar estos datos
percibidos y formar la specieimpressa,
a la cual llamamos imagen o, términos tomistas, phantasmata. Esta imagen es guardada en el séptimo sentido, la
imaginación, que tiene como función guardar las imágenes y cuya función
principal consiste en hacer presente un objeto que, aunque es necesario que
estuviera frente al objeto en un primer momento, no lo es después. Por lo
tanto, la imagen representada no es la presentación directa de la realidad,
sino la presentación de un objeto real, sino la mostratio de un objeto real, cuando éste se encuentra ausente.
Todo esto
forma parte de lo que se le denomina como conocimiento sensible y es común a
seres humanos y bestias. El segundo momento de conocimiento es el intelectual,
que comienza cuando la imagen es sometida a los tres grados de abstracción que
producen el concepto, specieexpressa, pues
requiere de una palabra o término para referirse a ella y es guardada en el
octavo sentido: la memoria. El concepto, a diferencia de la imagen, es
universal y pertenece al orden metafísico. Esto es importante para lo que nos
ocupa: aunque es verdad que el conocimiento intelectual dota de una perfección
mayor al conocimiento humano, también es cierto que es más complejo de suyo; y
cuando las cosas a conocer son sublimes, muchas veces oculta más que develar,
remontándonos al sentido prístino del término alἧqeia
Los estudiosos
han determinado que la imaginación en el pensamiento de Santo Tomás no sólo es
el receptáculo de las imágenes conformadas por el sentido común, sino que
además puede combinarlas y construir nuevas imágenes. De ahí que se pueda
hablar de cuatro niveles de imaginación.
1) Imaginación eidética: consiste
en reproducir solo imágenes, aisladas, sin establecer relaciones entre ellas.
En este nivel, las imágenes no están organizadas y como tales se representan
caóticamente.
2) Imaginación
proporcional: se caracteriza
por presentar un incipiente nivel de organización de las imágenes. Por
medio de la imaginación se pueden establecer relaciones entre ellas.Así, se
pueden establecer varias relaciones de asociación: comparación, diferenciación,
semejanza, con lo cual instaura una cierta proporcionalidad.
3) Imaginación
reproductiva: En este nivel la
imaginación es capaz de representarse figuras en el espacio y continuidad en el
tiempo. Captadas imaginativamente, suponen una imaginación de alto nivel, ya que
su medida es interna a ellos mismos. Es este nivel el que permite, por ejemplo,
crear una novela.
4)Imaginación simbólica: es la que pone en relación un símbolo, un signo con
aquello que representa. Y es precisamente de ésta de la que se estará hablando
durante esta exposición.
II. Imágenes
en la Edad Media, una historia accidentada.
Las primeras
reflexiones paleocristianas entorno al uso de imágenes son de fuerte sabor
platonizante, por lo que, en defensa de la espiritualidad, se concluye maldad
intrínseca de la materia. Así, por ejemplo, San Justino afirmó que Jesús tuvo que ser feo, textualmente:“El rey
al que veneramos no tuvo hermosura de aspecto”. Eumorphian tupon. ¿Cómo si no, entonces, se podría
afirmar la supremacía del mundo espiritual, con respecto del nuestro material?
En este mismo tenor de ideas, Orígenes, conocido por su marcada actitud
antimaterialista que raya en la herejía sostuvo que: “La belleza
propiamente dicha no es propia de la
carne, que no es sino fealdad… Toda carne es heno”. Y Cristo, al revestirse de
carne debió, pues, carecer de belleza. Más fuerte aún es para los nestorianos la
conclusión: Jesús tuvo que ser Jorobado. Todo ello, aunado a la interpretación
veterotestamentaria de la prohibición de imágenes, pudiera hacer creer que
durante el incipiente cristianismo, el uso de imágenes fue nulo y que sólo una
perversión original del Kerygma pudiera explicar, primero, la lucha iconoclasta
y, después, el triunfo de la iconodulía.
Pero una cosa
es lo que las reflexiones filosóficas y teológicas sostengan, y otra la
necesidad que la gente posee de captar los grandes misterios de la fe por un
medio más sencillo que el de la adquisición de conceptos por vía de la
abstracción.
En el paleocristianismo se recurrió a la unión simbiótica entre las imágenes paganas y los simbolismos cristianos. Tal es el hecho, por ejemplo, de la aparición de las imágenes de Jesús Buen Pastor. Como se ven en las imágenes, es un manejo simbiótico entre la mitología greco romana y la cristianas. Lo mismo puede decirse del símbolo más abstracto del Crismón:
En el paleocristianismo se recurrió a la unión simbiótica entre las imágenes paganas y los simbolismos cristianos. Tal es el hecho, por ejemplo, de la aparición de las imágenes de Jesús Buen Pastor. Como se ven en las imágenes, es un manejo simbiótico entre la mitología greco romana y la cristianas. Lo mismo puede decirse del símbolo más abstracto del Crismón:
En todos ellos
se recurre al uso de imágenes para transmitir el concepto que se tiene de una
intuición religiosa. Muestra de ellos es el grafiti encontrado en las calles
populares y que demuestra el miedo que los romanos sentían hacia los cristianos
y la burla que de éstos hacen. Por todos conocida unas de las acusaciones que
provocara varias de las persecuciones de aquella época: la denigrante acusación
de que los cristianos adoraban a un dios con cabeza de burro.
O
el anagrama de Jesús en griego ΙΧΘΥΣ, que se cree es
un críptico para la expresión “IesoúsChristósTheoúYiósSotḗr, es decir, Jesús Cristo, Hijo de Dios
Salvador. Pero como veremos más adelante es una imagen que hace referencia a un
cncpeto mucho más profundo, en términos filosóficos.
Para ilustrar esta tesis, a saber, los términos abstractos que la
filosofía o la teología manejan y que son transmitidos y captados a profundidad
por un reducido grupo de eruditos del cristianismo medieval, se recurrirá al
estudio de uno de los íconos más significativos de esa época, el ícono de
AndreiRublov (1360-1430). Otro el elemento
simbólico importante es el de la mandorla. Pero por la limitación del tiempo de
esta exposición, éste se dejará para mejor ocasión. Al fin, esta presentación
reporta los avances de una investigación más profunda sobre el tema anunciado
en el título de la misma.
Pintado
entre los años de 1422 y 1428, el ícono de la Trinidad es la obra más conocida
de Rublov. Representa a los tres ángeles mencionados en el relato bíblico del
Génesis. Los tres personajes se encuentran bajo la higuera de Mambré,
recibiendo el trato preferencial de Abraham
Son interesantes los elementos
simbólicos que aparecen este ícono. La transparencia de las vestimentas del
personaje de la izquierda contrasta con la solidez de los colores que presentan
el resto de los personajes, y en todos ellos aparece el color azul en alguno de
sus vestidos. Aunque la presencia de las alas pudiera hacer pensar al neófito en
los tres ángeles del mencionado pasaje bíblico, estos elementos y el resto de
la composición nos indica de quién se está hablando en realidad.
Que el primero de los personajes vista
una capa trasparente, es clara simbolización de la espiritualidad de su
naturaleza. Además posee el bastón de mando que, en esta reproducción aparece
remarcado con rojo. Los dedos de la mano derecha se
encuentran en posición de bendecir. En cambio, el personaje del centro tiene
las vestimentas claramente visibles, como si se pudieran palpar, pero al igual
que el anterior personaje, viste de azul y sus manos indica que se encuentra en
el acto de bendecir y sostiene el bastón de mando. Finalmente, te tercer
personaje, que posee asimismo el bastón de mando y la vestimenta azul completa
la escena.
Si nos atiende a la mirada de los tres personajes, se notará que entre
ellos forman un círculo.
Y lo mismo podría decirse de la
composición entera de la postura de los personajes. Entre ellos puede
distinguirse un circulo exterior que encierra a otro anterior que hace que la
el elemento principal sea, no ninguno de los personajes, sino la copa que está
siendo bendecida por el personaje del centro. Elemento que no no se encuentra
referido en el pasaje del génesis.
Pero no sólo eso, sino que en la
composición se pueden encontrar dos octágonos que dan marco a los personajes de
la escena: el que va de la casa a la higuera de ésta a los pies de los
personajes y, el otro, que va de la mirada de los mismos personajes hasta el
fondo de la escena. Además, la mirada de los personajes de los lados se cruza
en el centro de la mesa que sostiene la copa y que es bendecida por el
personaje del centro, como si los otros dos reafirmaran lo que el del centro
hace. Se pudiera decir que existe en ellos una complicidad de acción, puesto
que el cruce de las miradas se da en la mano bendiciente del personaje central,
aquél que, como ha quedado sentado más arriba, se ve con mayor densidad de los
tres que se encuentran figurados en la imagen.
Por otro lado, el contorno de interior
de los tres personajes dibuja una copa que ocupa el centro de la escena
plasmada por Rublev:
Finalmente,
en el mantel que cubre la mesa, debajo de la copa que es bendecida por el
segundo personaje, se distingue un rectángulo.
¿Qué dice la escena de AndreiRublov?
Para nosotros, aunque estemos separados cerca de 800 años de él, algunos
elementos siguen siendo bastante reveladores. Pero para los habitantes de Moscú
de 1400, seguro eran mucho más claro, por la cercanía y la familiaridad de su
uso. Recapitulemos:
1) La mirada de los personajes forma
un círculo, lo mismo que la composición de sus cuerpos. Desde tiempo
inmemorial, el círculo ha sido representación del infinito, porque es la figura
que, al carecer de ángulos, parece no comenzar y no terminar nunca. Es un
atributo de la divinidad. Así que los personajes no son ángeles, sino seres
divinos.
2) La transparencia de las vestimentas
del primer personaje indica su espiritualidad, mientras que la firmeza de los
colores del segunda nos indica su incardinación en el mundo de la materia, la
divinidad materializada que bendice una copa.
3) El verde de la capa del personaje
de la derecha hace captar al observador imbuido en este mundo que éste último
vivifica, como lo hace la primavera con los campos.
4) Pero aún hay más, la anunciada
composición octogonal. En mi libro Simbolismo
religioso valentiniano, he hecho ver cómo para el primitivo cristianismo
gnóstico y para otras formas de religiosidad antigua es también símbolo de la
divinidad, pues, en el caso del movimiento valentiniano, la Ogdoada, es decir,
el conjunto de las 8 entidades primigenias, derivadas del Protopadre,
constituye la completud de la divinidad primera. Esto tiene su inicio en
referencias mucho más antiguas que los mismos gnósticos y cristianos; pero la
composición que Rublev da a su obra, nos hace pensar que aún era común la Rusia
Medieval. De hecho, aún muchas personas utilizan espejos octagonales a la
entrada de sus casas, como símbolo de bendición.
Tres personajes que detentan símbolos
de divinidad: el círculo, el ocho, el tres, el azul. Para aquellos formados en
la tradición cristiana, el mensaje es ya claro: en esa escena no se representan
ángeles, sino la divinidad, una y trina. La transparencia de los ropajes del
primer personaje representa al Padre; la materialidad del segundo, al Hijo; la
vida simbolizada en el verde; al Espíritu Vivificador. La circularidad de su
mirada representa la eternidad del misterio.
El icono no representa en el fondo la
escena de los visitantes de Abraham, sino el misterio de la Trinidad. Misterio
que conceptualmente es inaccesible a la mente humana, pero que en una imagen se
puede transmitir con plenitud. La imagen en el medioevo se convierte en el
medio de evangelización para las masas. Reflexiónese en esta otra imagen:
Mucho más complicada, porque supone
para quien la ve el arte de saber leer, pero indica también la profundidad del
misterio trinitario.
Volviendo al icono de Rublov queda
señalar lo más obvio, para el ojo observador: los tres personajes dirigen su
mirada hacia la copa o cáliz que es bendecido por el personaje del Hijo y que
se encuentra exactamente sobre el rectángulo del mantel de la mesa. Para quien
haya seguido la explicación hasta ahora, el significado ya es claro,
considerando que en aquella época, la mayoría de la gente sostenía que el mundo
era cuadrangular y estaba conformado por los cuatro elementos griegos: Dios
bendice, con la acción monoteísta de la divinidad trina, al universo.
Más allá de lo que la reflexión
conceptual filosófica y teológica permite vislumbrar, la imagen del artista o
del místico, corrobora. Existe en la Edad Media, piénsese por ejemplo en la
línea agustiniana, la idea que las creaturas son imagen de Dios Creador y que
ellas conducen, con imperfección es cierto, a la certeza de lo que la fe dota.
El Itinerario de la mente hacia Dios
de San Buenaventura, así lo atestigua; pero también lo hacen las 5 vías de la
existencia de Dios de Santo Tomás de Aquino o las prueba a posteriori del Monologium
de San Anselmo o la afirmación de San Agustín de que el hombre es imago Dei.
Las imágenes, en cualquiera de sus
acepciones anunciadas al principio de esta presentación, no están lejos de las
exigencias del proceso de evangelización que se llevará a cabo en América a
partir del siglo XVI. Los hombres que la realizarán fueron formados con esta
idea central.
Lo que resta en el proceso de esta
investigación es el análisis de la figura de la mandorla; del Rosario, de la
desnudez de Cristo en las obras de Giotto. Lo que intento demostrar, pues, es
que para la mente de los miembros de las Órdenes Mendicantes no era extraño
condesar los contenidos dogmáticos en símbolos visibles –imágenes- y que ello
facilitó el proceso de evangelización en el Nuevo Mundo. Un mundo que también
hacía uso de procesos significativos y simbólicos. En el caso del Altiplano de
Anáhuac, procesos tan elaborados como el In
Xochitl in cuicatl. Dos mundos que trabajan la imaginación en el cuarto
nivel, se encontrarán, pero tendrán un punto de contacto: el uso de las
imágenes para transmitir y vivenciar la fe.
PONENCIA DR. RAMIRO ALFONSO GÓMEZ ARZAPALO DORANTES
Foro de discusión filosófico-teológica:
La Religión Popular desde tres ángulos filosóficos
Universidad
Intercontinental,
Auditorio Santo Tomás de
Aquino,
19 de octubre de 2012. 8:00
a 10:00 hrs.
De dioses no aceptables y perseguidos a Santos sospechosos, pero al fin
y al cabo oficiales: dinámica religiosa popular en la transición de lo profano
a lo sagrado[1]
Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo
Dorantes
Lo que podamos decir acerca de la
religiosidad popular necesariamente se alimenta de una dicotomía que opone a
ésta aquella otra denominada religión oficial. La relación entre estas
dos modalidades puede establecerse de distintas formas. Una de las más
divulgadas tendencias alrededor de la religión popular, parte de la premisa de
que sólo existe la religión católica y que las prácticas piadosas llamadas
populares son la manera que tiene ésta de darse entre los estratos de población
«bajos» del sistema de estratificación social, incapaces de acceder a la
sofisticación del discurso teológico aceptado. Así
pues, partiendo desde la religión oficial y su enfoque teológico-pastoral, al momento de definir lo que es la religión
popular, emite un juicio de valor al
calificarla en términos de “religiosidad tradicional”, “ignorante”,
“supersticiosa”, “pagana”, en relación a sí misma - la religión oficial-,
juzgada a priori como “auténtica” y “verdadera”.
Para analizar el
fenómeno religioso popular será necesario considerar a éste como una realidad
factual valiosa en sí misma y depurarla de connotaciones etnocéntricas.
Lo que parece
definir positivamente la relación entre una religión oficial y una popular, es
la puesta en relación con su respectivo contrario, pues no podemos perder de
vista que la complejidad de la relación entre religión popular y religión
oficial es el reflejo de la complejidad simultánea de las relaciones de clases
en una sociedad estratificada, de las relaciones simbólicas y reales entre
culturas y pueblos, donde se dan encuentros interétnicos en circunstancias
sociales desiguales.
Los
fenómenos observados desde el ámbito de la religiosidad popular denotan –desde
la óptica de la jerarquía eclesiástica- un valor dogmático débil, lo cual
origina que ésta sienta desconfianza hacia una realidad religiosa que se
controla mucho menos de lo que se piensa y, por supuesto, de lo que se
quisiera, generalmente a una distancia abismal de la razón teológica, por lo
que se da en situar la vida religiosa del pueblo muy cerca del diablo o
de los dioses deformes y obscenos que amenazan la rectitud del culto al “Dios verdadero”
cuya custodia se considera confiada única y exclusivamente a la “Iglesia verdadera”.
Así, moviéndose siempre entre la resignación, la imposición, la
indoctrinación, la alarma, el escándalo,
el paternalismo y la vigilancia casi policial, la Iglesia Católica
ha observado a lo largo de la historia los movimientos y actitudes de la
religión popular.
En el momento en
que alguna manifestación religiosa popular puede ser usada para los fines
perseguidos por la religión oficial, es incorporada de alguna manera al ámbito
institucional apoyado por la jerarquía eclesial. Así, a pesar de los conflictos
que pueda tener la instancia hegemónica con lo popular, se vale de aquello que
puede redituarle en beneficio propio.
Desde los
pronunciamientos oficiales de la iglesia en cuanto a la religiosidad popular
destaca el contenido en los documentos de Puebla, donde se define este
fenómeno, desde la perspectiva eclesiástica como:
Por
religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular, entendemos el
conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de
esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan, Se trata de la
forma o de la existencia cultural que la religión adopta en un pueblo
determinado. La religión del pueblo latinoamericano, en su forma cultural más
característica, es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular.
(CELAM 1979: num. 444).
A pesar de este
intento de acercamiento a la instancia religiosa no oficial, más adelante en el
documento se puede apreciar el intento de control pastoral con el que se
exhorta a los obispos, sacerdotes y agentes de pastoral a “tomar el control” de
la religiosidad popular, para “salvarla de las desviaciones”, por eso asevera:
“Por falta de atención de los agentes de pastoral y por otros complejos
factores, la religión del pueblo muestra en ciertos casos signos de desgaste y
deformación: aparecen sustitutos aberrantes y sincretismos regresivos” (CELAM
1979: num. 453). Y más adelante, apunta lo que considera
aspectos negativos de este tipo de religiosidad:
Los
aspectos negativos son de diverso origen. De tipo ancestral: superstición,
magia, fatalismo, idolatría del poder, fetichismo y ritualismo. Por deformación
de la catequesis: arcaísmo estático, falta de información e ignorancia,
reinterpretación sincretista, reduccionismo de la fe a un mero contrato en la
relación con Dios. Amenazas: secularismo difundido por los medios de
comunicación social; consumismo; sectas; religiones orientales y agnósticas;
manipulaciones ideológicas, económicas, sociales y políticas; mesianismos
políticos secularizados; desarraigo y proletarización urbana a consecuencia del
cambio cultural. Podemos afirmar que muchos de estos fenómenos son verdaderos
obstáculos para la Evangelización. (CELAM 1979: num. 456).
Debido a estas características que se
consideran peligrosas –desde la religión hegemónica-, se propone la imperante
tarea de la iglesia para redefinir la religiosidad popular:
Si
la Iglesia no reinterpreta la religión del pueblo latinoamericano, se producirá
un vacío que lo ocuparán las sectas, los mesianismos políticos secularizados,
el consumismo que produce hastío y la indiferencia o el pansexulaismo pagano.
Nuevamente la Iglesia se enfrenta con el problema: lo que no asume en Cristo, no
es redimido y se constituye en un ídolo nuevo con malicia vieja. (CELAM 1979: num. 469).
Desde esta aproximación queda claro que el
conflicto entre ambas instancias responde a proyectos implícitos en cada una de
ellas, los cuales son antagónicos y establecen una relación dialéctica preñada
de tensiones, contradicciones y estrategias de solución diversas provenientes
de ambos lados.
La separación
que se aprecia entre la festividad popular en los pueblos tradicionales, ya
sean indígenas o de ascendencia indígena, y los patrones oficiales de
celebración litúrgica en la ortodoxia eclesial, nos llevan a deducir que las
motivaciones en uno y otro lado son diferentes y lo que se busca con la
celebración responde también a intereses distintos. Millones registra con
respecto al cambio de fechas de celebración en Perú, lo siguiente:
Son frecuentes los casos
en los que el pueblo decide anular el mandato de la Iglesia Católica y dedicar
a su santo patrono un día diferente del que marca el calendario oficial. Así
sucede en Túcume, donde la Purísima Concepción es festejada en febrero, dejando
sin efecto el día 8 de diciembre que le está consagrado por la Iglesia. Este
tipo de decisiones se asienta en razones de muy distinto orden. En varias
ocasiones, los pobladores nos explicaron que si la fiesta se celebra el mismo
día en la misma región, las parroquias y sus devotos estarían disputando el
mismo público que potencialmente acudiría al festejo. Dado que cada reunión es
a la vez feria de carácter comercial, lugar de encuentro familiar, centro de
peregrinación y ocasión de eventos civiles, resulta muy conveniente que cada
pueblo, distrito o comunidad, tenga su propia fiesta patronal perfectamente
diferenciada de la de sus vecinos. (Millones 2003: 12-13).
Más adelante en
este mismo texto, el autor se pregunta, después de describir la fiesta de San
Sebastián: "¿Qué es lo que queda del mártir cristiano en esta celebración
andina? Probablemente nada, pero la devoción es auténtica y si la imagen que
desfila no es más el centurión romano, ningún sebastiano se aflige por
eso" (Millones 2003: 25).
Estas
referencias de Millones de su experiencia en Perú, se acercan a lo que apunta
Gilberto Giménez acerca de San Pedro Atlapulco en el Valle de Toluca:
Los
pueblos han desarrollado un poderoso sistema de integración y solidaridad sobre
fundamentos religiosos, haciendo depender su identidad y continuidad del culto
a un santo patrono, de manera que la participación en su ciclo de fiestas sea
el principal indicador de solidaridad lugareña y el criterio más importante de
pertenencia a la comunidad. Esta forma de organización religiosa tiene
generalmente carácter autónomo y laico, dando lugar a un interesante modelo de
autogestión religiosa. El culto local al santo patrono se halla casi siempre en
manos de los vecinos del pueblo, organizados en grupos corporativos llamados
“mayordomías”, (Giménez 1978: 66).
El papel de los
santos como intermediarios entre Dios y los hombres, interpretación propia de
la ortodoxia católica, no es un elemento
que destaque en la forma como los santos se han integrado a la vida de muchas
comunidades rurales, las cuales han valorado a sus imágenes como miembros
activos de la sociedad humana, que reciben del pueblo, pero también deben
corresponder, pues son parte de él. De esta manera, tenemos que los santos son
parte integral de la comunidad, y como todo miembro de ésta, gozan de
beneficios y tienen obligaciones particulares para con el resto de la
población. Esta diferencia en la interpretación del papel de los santos,
responde a que la religiosidad popular no es un residuo de la ortodoxia
oficial, y por ende, se debe reconocer como un proceso autónomo a esta religión
oficial, con una lógica propia que responde a necesidades concretas de la
comunidad que le da forma y vida. Es entonces comprensible que se produzca una tensión continua entre la
religión oficial y sus normas canónicas y la vivencia concreta de la
religiosidad popular, como bien señala
Báez-Jorge:
Los distintos actos de represión a la religiosidad popular indígena se
refieren a conflictos en los ámbitos del control del ritual, la autogestión
ceremonial laica, las reinterpretaciones simbólicas, y el ejercicio político
comunitario. Dejan al descubierto la resistencia de los feligreses a las
imposiciones litúrgicas, al autoritarismo y a la intromisión clerical en las
creencias y prácticas del culto tradicional, (Báez-Jorge 1998: 217).
Es evidente,
entonces, el marcado carácter etnocéntrico en la concepción de la divinidad. No
solamente refiriéndonos al momento del primer contacto entre indígenas y
españoles, sino en el posterior desarrollo en los pueblos colonizados durante
siglos, y posteriormente su reformulación a través del período independiente
hasta llegar a la época contemporánea.
La
negación del otro se manifiesta en múltiples sentidos, uno de ellos –el que
aquí nos ocupa- en lo religioso. No se trata solamente de que se niegue a los
entes divinos indígenas, sino que aún la forma de entenderlos, para luego
descartarlos, no atiende a la originalidad propia de estos grupos en la forma
de concebirlos, como si fueran incapaces de generar una visión religiosa propia
desde su cultura, se les considera como “gente sin historia” (Cfr. Wolf 1987), como un “relleno
social” en las diferentes etapas históricas de los actuales estados modernos
latinoamericanos, los eternos “menores de edad” que requieren la tutoría de los
grupos hegemónicos.
No
podemos olvidar, en este sentido, la configuración histórica que se dio en lo
que hoy es México, como territorios donde convivían de una u otra forma
distintos grupos étnicos que se interrelacionaban entre sí de maneras
asimétricas, donde había algunos de esos grupos que detentaban el poder
hegemónico, generando alianzas de distinto tipo entre los diferentes grupos
indígenas. En ese contexto general, se impone –con distintos niveles de
violencia- un modelo completamente diferente, impuesto de manera vertical por
el nuevo detentor del poder hegemónico: el colonizador español, con dos fuertes
brazos para imponer el nuevo modelo: las autoridades gubernamentales
directamente sujetas a la Corona y la iglesia.
Si
consideramos este precedente, entenderemos mejor que el desprecio y
nulificación de las formas autóctonas de religiosidad, no se dio como algo
ocasional y esporádico, sino en un sistemático proyecto de desarticulación del
sistema de creencias y prácticas rituales en los diferentes grupos indígenas.
El presupuesto ideológico para justificar este proceso, lo daba la idea de un
Dios único y verdadero, absoluto, lo cual significaba que no hay cabida para la
duda de que lo que se hace es correcto. Dios se convirtió en el garante de este
proyecto, a través de su única mediación terrenal oficialmente aceptada: la
iglesia.
Como
proyecto social, la iglesia –durante la Colonia- atacó de manera continua toda
manifestación de religiosidad que no encuadrara con la propuesta oficial,
descontextualizando a las divinidades autóctonas de sus propios ámbitos
operativos y sus funciones específicas en interacción con la naturaleza, la
sociedad humana, los fenómenos atmosféricos, etc. Se prohibieron “los demás
dioses” nominal e iconográficamente, pero sus funciones, ámbitos de dominio e
interacción social con el hombre y el cosmos fueron aspectos que –en muchos
casos- pasaron desapercibidos ante la mirada vigilante del clero colonial.
Aparentemente
los “falsos dioses” habían sido derrotados, destruidas sus imágenes, prohibida
su invocación. Pero más allá de lo nominal e iconográfico, esas funciones,
ámbitos de dominio e interacción social con el hombre y el cosmos de éstos
entes divinos “derrotados”, fueron reformulándose y resignificándose en
aquellos personajes sagrados que, con el nuevo orden social impuesto, sí
gozaban de carácter oficial: los santos.
Nótese
que cuando hablamos de las funciones, ámbitos de dominio e interacción social
con el hombre y el cosmos que los entes divinos tienen en contextos indígenas,
nos estamos refiriendo a contenidos cosmovisionales en tanto que implican una visión estructurada en la cual los miembros
de una comunidad combinan de manera coherente sus nociones sobre el medio
ambiente en que viven, y sobre el cosmos en que sitúan la vida del hombre
(Broda 2001: 16).
Desde
esta perspectiva, los santos –ya reformulados en estos contextos indígenas- se
convierten en personajes adscritos nominal e iconográficamente al ámbito de la
iglesia oficial, pero en tanto a las funciones que se les asignan, los ámbitos
de poder sobre los cuales ejercen su dominio y la forma como se considera que
interactúan con los seres humanos, los animales, las plantas, los fenómenos
atmosféricos, etc. dejan entrever una procedencia totalmente diferente a la
canónica y que corresponde a la resignificación local que cada uno de estos
personajes tuvo. De hecho, dicha resignificación, es entendible y operativa
solamente en el contexto social e histórico concreto que la formula, así, no es
posible hacer una generalización de la resignificación indígena –por ejemplo-
de San Isidro Labrador en general, para todos los grupos indígenas de todas las
épocas en todos los contextos sociales. Pero el hecho de que tal o cual
población reformule a tal o cual santo de una manera determinada, alejándolo de
la propuesta oficial y atendiendo a su peculiaridad social e histórica como
pueblo, refuerza el planteamiento de este enfoque teórico.
Como
conclusión de los temas abordados en este texto, retomo las palabras de Félix
Báez-Jorge con respecto a lo registrado
en Guatemala y México cuando señala que:
La
nagualización de los santos en Guatemala y México deviene en un intrincado
proceso de reinterpretación simbólica que remite a dos vertientes de la
evangelización colonial: por una parte, a la implantación de nuevos cultos que
embozan antiguas devociones; en otro sentido, al desarrollo de nuevas
devociones fincadas en arcaicos cultos, vinculados con la producción y
reproducción vital. Así, los santos funcionaron como objetos significantes y
referentes de la identidad grupal. Los naguales (en tanto "espíritus
guardianes") y los santos se equiparan a partir de la identificación de
las funciones sobrenaturales que les son atribuidas y del contexto simbólico en
el que se ubican sus oficios numinosos [...] Las imágenes de los santos
anualizados, la compleja trama del imaginario colectivo indígena en que anclan
sus correspondientes devociones evidencian lo infinito de la cadena de
sincretismos y reformulaciones simbólicas que quedan aún por estudiar.
(Báez-Jorge 1998: 199).
Lo presentado en este texto es un intento por
comprender la originalidad propia de la religiosidad indígena que trata de dar
cuenta de su entorno, la posición que el ser humano ocupa en él y los seres
divinos que cohabitan e interactúan con el hombre, permitiendo reconocer la
coherencia indígena en su propio sistema, donde se articulan cosmovisión, relaciones
sociales, rituales, identidad, lo cual les ha permitido –como grupos
específicos- afrontar los embates
históricos tan severos que han sufrido frente a un poder hegemónico, que
culturalmente es tan diferente, y que tiende a la pretensión de homologar a
todos los grupos sociales bajo los mismos parámetros con los cuales se rige.
Se trata de una interpretación que permite reconocer que el otro existe, punto
crucial en la forma de entender
la relación interna entre culturas que por su configuración histórica, se
desarrollan en contextos pluriculturales negados y reinterpretados desde la
hegemonía que detenta el poder. En todo caso se trata
de un esfuerzo por interpretar los fenómenos religiosos en contextos indígenas
partiendo desde la originalidad cultural e histórica propia de esas sociedades,
sin entrometer modelos ajenos a los cuales pretender ajustarlos desde
realidades totalmente lejanas a sus parámetros autóctonos.
En todo caso,
dichas comunidades no dejan de integrarse a un contexto social, más amplio que
su propio pueblo, que es el estado-nación donde se encuentran, sin embargo, la
forma como quedan integrados a éste modelo político moderno resulta sui generis, pues es evidente que su
forma de ser ciudadanos mexicanos es diferente al resto de la población mestiza
que se adscribe simplemente como ciudadano moderno de este país determinado.
La fuerza de la globalización es tal, que es difícil
pensar que se detenga o que cambie radicalmente el modelo con tal de respetar a las culturas locales. El común
en este proceso es que dichas culturas entren en un proceso de integración
abrupta disolviéndose los pilares tradicionales en los cuales descansaban sus
estructuras originales –culturalmente hablando-. El porvenir de las
innumerables culturas locales aparece incierto, y francamente turbio.
Sin embargo, hay algunos lugares que han sido
capaces de integrarse a partes del modelo globalizante, sin perderse absorbidos
por el remolino, es decir, han podido integrar de alguna manera sus economías
locales al modelo capitalista “exterior” a sus comunidades sin perder por eso
su identidad cultural ni sus formas tradicionales de reproducirla, conservando
así mismo sus cosmovisiones y formas de organización social en un creativo y dinámico proceso de
reinterpretación, readaptación y refuncionalización de sus formas
tradicionales. ¿Cómo lo logran? ¿qué mecanismos emplean? ¿qué estrategias
sociales usan para conseguirlo? Me parece evidente que la tradición y ciertas
formas concretas de ella, tales como la vivencia religiosa y sus rituales que
la sustentan, la cosmovisión propia de un pueblo, las redes sociales que se
sustentan y refuerzan a partir del trabajo conjunto para hacer praxis esas
tradiciones se convierten en verdaderas regiones
de refugio (Cfr. Aguirre Beltrán
1967) para las culturas locales. Enfoques de este tipo
permiten una interpretación donde el otro
–no considerado en la historia “oficial”- tiene cabida no como mero agente
pasivo receptor de todo lo que se le impone, sino como una fuerza en relación dialéctica
con la instancia hegemónica, donde se dan reacomodos, negociaciones y rupturas.
La
utilidad de estudiar estos procesos implícitos en este tipo de fenómenos
sociales, es considerar en el ámbito teórico-interpretativo la
existencia plural de sectores sociales en un contexto nacional que -desde la
hegemonía- pretende ignorar el empuje de los grupos culturales subalternos. En
todo caso se trata de un esfuerzo por interpretar estos fenómenos partiendo desde la originalidad cultural e
histórica propia de esas sociedades, sin entrometer modelos ajenos a los cuales
pretender ajustarlos desde realidades totalmente lejanas a sus parámetros
autóctonos.
Referencias
bibliográficas
Aguirre Beltrán, Gonzalo
1967, Regiones de refugio: El
desarrollo de la comunidad y el proceso dominical en mestizoamerica, INI-SEP,
México.
Báez-Jorge,
Félix
1998,
Entre los naguales y los santos. Xalapa, Universidad Veracruzana.
Broda,
Johanna
2001, “Introducción”, en Johanna Broda y Félix Báez-Jorge (coords.), Cosmovisión,
ritual e identidad de los pueblos indígenas de México. México, Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes-Fondo de Cultura Económica: 15-45.
Conferencia del Episcopado
Latinoamericano (CELAM)
1979, Documentos
de Puebla, (Documento final de la Tercera Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano), Librería
parroquial de Clavería, México.
Giménez, Gilberto
1978, Cultura
Popular y Religión en el Anáhuac. México, Centro de
Estudios Ecuménicos.
Gómez
Arzapalo Dorantes, Ramiro Alfonso
2012,
Los santos indígenas: entes divinos
populares bajo sospecha oficial (Religiosidad popular campesina en México y
procesos sociales implícitos analizados desde la antropología). Berlín,
Editorial Académica Española.
Millones, Renata y Luis
2003, Calendario
tradicional peruano, Fondo Editorial del Congreso de Perú, Lima.
Wolf, Eric
1987, Europa y la Gente sin
Historia,
México, FCE.
[1] Esta ponencia parte de lo
escrito por mí mismo, y ya publicado, en el libro: Los Santos Indígenas: entes divinos populares bajo sospecha oficial.
(Cfr. Gómez Arzapalo, 2012: 51-116).
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